lunes, 20 de septiembre de 2010

EL TRABAJO INTELECTUAL

Por Rako (extraído de Periódico "El Surco", versión online Nº15 )

El desarrollo teórico de las ideas exige esfuerzo y tiempo, no obstante, cuando este se traduce en mercancías, estamos ante otra forma de trabajo asalariado.

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“Estoy cansado de leer”, suena lógico, pero a la vez nos hace re pensar la idea de una igualdad entre el cansancio propio del trabajo manual, y aquel que puede tener un lector. Pareciera que no hay comparación, que son cosas radicalmente diferentes, no obstante, ambas esconden la realidad de que nuestras energías han abandonado el cuerpo, luego de un esfuerzo constante.
Con los ojos cerrados y en franca actitud de reposo, se encuentra un señor de barba prominente, en un pequeño óleo de 1633, pintado por Rembrandt [1.] La obra lleva por título “El filósofo meditando”. Su aparente simpleza encierra una complejidad notable, así, en este artículo, desde una pequeña máxima, deseamos comentar con respecto a lo extenso que pueden ser las reflexiones en alusión al trabajo intelectual.
En la región chilena, es bastante difícil dedicarse netamente al trabajo intelectual, ser un pensador, generalmente estos personajes hacen clases en universidades, trabajan como columnistas o se dedican a lo que fuera, con tal de asegurar su subsistencia. Entonces se evidencia el carácter un tanto parásito de los trabajadores intelectuales, ya que necesitan de una estructura económica sólida, que genere excedentes y los justifique. ¡Vaya austed a dedicarse a la filosofía dentro de un barco!, ni bien ha salido del puerto y toda la tripulación lo tendría haciendo algo útil con las manos.
Sucede entonces, que estos pensadores se asocian a centros de estudios, donde se les paga por decir lo que han reflexionado, con la constante presión de que deben publicar respetando la línea editorial de la institución que los cobija. Así, aquel que se caracteriza por “pensar”, pasa a ser un asalariado más, generando una mercancía que se transa, creando un producto en beneficio de la entidad que lo cobija.
¡Doble parásito!, pues ya no es sólo un inocente que existe gracias al trabajo de los demás, ahora también se hace cargo del juego del neo liberalismo, donde el trabajo intelectual (sea en la forma de publicaciones o cátedras) se transforma en un bien intangible que no se sustenta por lo que es en sí, ya que su valor puede ser transformado en dinero, sean en base a las horas de trabajo, o por la cantidad de palabras.
Hasta el momento, sólo pestes, parecería necesario erradicar de raíz a estos seres, sin embargo, no hemos reparado en una realidad objetiva: El trabajo intelectual es una manifestación de la inteligencia humana, no lo es más que lo que puede hacer un arquitecto, o un gasfíter, pero debe validarse como tal. Como anarquistas creemos en el mundo mejor, y aunque les duela a muchos, gran parte de esta fe se sustenta en el producto de razonamientos sistemáticos, textos que en su momento costó esfuerzo construir.
La gran diferencia radica necesariamente en lo que pasa con el producto de ese exprimir las ideas, mencionamos el riesgo de que contribuyan al orden, eso porque también existe el beneficio de que estas ideas publicadas o expresadas, lleven a repensar el sistema en que nos ahogamos, superando toda rigidez que pueda exigir un grupo editorial o una casa de estudio.
Así las cosas, el trabajo intelectual puede degenerar en otra forma de trabajo asalariado, pero también puede suceder, que el producto de las ideas proponga otro orden, sugiera formas de combate al capital, o ayude a leer a las personas que no saben. Entonces aquel que ha hecho de su forma de vida el pensar, deja de ser un organismo que succiona recursos, al generar propuestas.
En aquella obra citada, en la esquina inferior derecha, se ve una empleada avivando el fuego, con un dinamismo que contrasta notablemente con la actitud postrada de nuestro pensador. Es evidente la jerarquía implícita en la obra, pero también nos acerca a un último punto, referente a la relación entre trabajadores manuales y trabajadores intelectuales.
Si en la primera impresión leemos una sumisión, también podemos reconocer que si no fuera por la empleada, el sabio moriría congelado, o de hambre. Extrapolemos la situación y pensemos en general.
El trabajador manual, con su esfuerzo físico, genera los excedentes que permiten la existencia de una persona dedicada al trabajo intelectual, por lo tanto, este debe devolver la mano con un trabajo que ayude a los trabajadores, más allá de constituir un ejercicio intelectual. Es evidente que no todo el trabajo intelectual contribuye (por ejemplo, el colosal número de tesis que guardan las universidades), pero siempre es posible escribir pensando más allá del ego.
Existe también una verdad absoluta, todos somos pensadores, cada uno en sus ratos libres, puede licenciarse de arquitecto de castillos en el aire, o bien de filósofo espontáneo. Así entonces, nadie es ajeno a lo que realizan estos personajes.
Para cerrar, lo invitamos a reflexionar: ¿puede existir el uno, sin el otro?

*Citas:
[1]. Rembrandt van Reijn, El filósofo meditando. 1633, Óleo sobre madera, 33x29cm. Museo del Louvre.

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